El vuelo desde Santiago a Puerto Montt es lacónico, transcurren en total cerca de 50 páginas del libro que estoy leyendo entre que me acerco a la puerta de embarque hasta que el piloto anuncia que estamos próximos a aterrizar.
Dentro de lo planeado en costo y tiempo de traslado, llegué a Puerto Varas.
El aire que respiro ya es un privilegio, la mañana está soleada, puedo sentir una brisa fresca y unos exquisitos 21°C; veo el clima en el celular -en Santiago hay 12 grados más a la sombra-.
Me esperaban en «La casa del ciclista», una hosteria que sirve de centro de operaciones para muchos extranjeros que inician su viaje sobre las dos ruedas en dirección a la ruta 7. Comienzo a armar mi bicicleta, aunque el trazado es sólo asfalto, opto como en casi todas las Brevet por usar mi gravelera. Cerca del mediodía llegó Pablo Tobar, amigo y partner de tantas rutas, estos serán sus primeros 400 kilómetros.
Pasadas las 15:00 horas nos dirigimos al punto de partida ubicado a orillas del Lago Llanquihue, número de competidor y tarjeta brevet, check de seguridad y estamos habilitados para que cuando den las 16:00 horas iniciemos nuestro viaje junto a los cerca de setenta, hasta ahora desconocidos ciclistas.
A tan sólo metros divisé a un rider en particular, gracias a una de sus publicaciones en Instagram sabía que estaría presente. Mata es un artista, las ilustraciones, gráficas y postales que realiza para Brevet Chile forman parte del set de detalles por los que me he ido encantando con el ultra ciclismo. Me acerqué y lo saludé de manera graciosa pero haciendo referencia a su trabajo; me sonrío espontáneamente y agradeció mis palabras. Luego de un par de minutos se me acercó y me obsequió una gráfica plastificada con el itinerario de la ruta y una amarra para adherirla a la bicicleta; y así fue, con mucha alegría la dejé contigua a mi Garmin.
La partida comenzó tranquila pero con mucho entusiasmo, nos dirigimos hacia Fresia donde estaba el primer punto de control, la ruta V-500 ofrecía una hermosa vista de praderas y campos de trigo. Junto a Pablo llevabamos un buen ritmo, algo que se mantuvo pese a que corté un radio de la rueda trasera y que afortunadamente no influyo en el centrado de esta. Luego de 75 kilómetros y un poco más de tres horas llegamos al primer control, en Fresia nos abastecimos relativamente rápido para retomar la ruta rumbo al Refugio Kurileufu ubicado en Riachuelo. Allí estaba el Punto de control N2, ya iniciándose la noche y mientras timbramos la tarjeta Brevet nos regalaron con un rico consomé; el ambiente era ameno y aprovechamos de abrigarnos un poco para continuar en ruta rumbo a Osorno.
Saliendo del Refugio nos esperaba una subida bastanta empinada y si consideramos que en un poco más de 130 kilómetros ya llevabamos cerca de 1.500 metros de asenso, las piernas comenzaban a dar señales de cansancio. Con las luces a máxima potencia avanzamos lo más rápido que pudimos, sin quemarse, puesto que la travesía ni siquiera se acercaba a la mitad. A eso de las 00:00 horas llegamos a Osorno, y debo confesar que el acceso a la ciudad fue un poco complejo porque tuvimos la sensación/miedo de que nos iban a asaltar. Ya más tranquilos llegamos al Gimnasio donde teniamos que timbrar nuestra tarjeta, en el lugar había cafe y algunas cosas para comer; el stop fue un poco más extendido, aprovechamos de cargar los powerbank y las luces, echamos la talla y aproveché como en cada punto de hablar con mi esposa. Luego de un poco más de una hora retomamos la ruta.
Un giro hacia el este y nos aventuramos hacia el Lago Puyehue, una vez que salimos de la ciudad la ruta se volvió bastante tranquila y prácticamente sin flujo vehicular. Las primeras señales de sueño comenzaron a aparecer y no éramos los únicos porque de hecho a la mitad de este tramo divisamos a un solitario compedal durmiendo una siesta en un paradero. La noche brillaba gracias a una hermosa luna llena que nos aportó su luz. Nuestras intenciones eran llegar al próximo control y hacer un power nap (siesta corta), aunque para nuestra decepción el punto de control (virtual en esta oportunidad) estaba en medio de una plaza que había albergado una gran fiesta y que a esas horas de la noche se encontraba atestada de gente desarmando un escenario y de gente local que seguía bacilando. Una meada rápida y seguimos hasta el primer paradero que se econtraba fuera de la zona urbana. Decidimos hacer vivac e intentar dormir un rato, acomodarnos tardó un poco más de lo esperado, Pablo se enrolló en su manta de papel aluminio y yo con mi saco de sobrevivencia; creo que dormí unos minutos hasta que se nos sumó un Randoneurs, lo invité a acostarse sobre la manta de tendimos en el suelo, es gracioso, pero ahí estábamos los tres, distanciados por un par de centímetros haciendo «cucharita». Se me hizo imposible seguir durmiendo, el frío y el molesto ruido de la manta de papel metálico ocasionado cada vez que alguien se movía y sobre todo el frío fueron más fuerte que el sueño. Así y todo la pausa superó las dos horas. Nos alistamos y seguimos.
Pablo transformó su manta en pierneras, yo con parka de pluma tapado hasta la cabeza, aturdido por el frío, el sueño y el hambre me dejé llevar por la inercia. Después de tantas horas arriba de la bici se me hace díficil comer, al menos los alimentos que podemos transportar. Un poco antes de las 09:00 AM llegamos al sexto punto de control ubicado en Puerto Octay, un cafe y un completo me dió nuevas energías, aproveché de ir al baño y de asearme, ritual que me refrescó el cuerpo y las ideas. Pablo durmió sentado en una silla y pasadas las 10:30 ya más renovados reiniciamos nuestro rumbo.

Fuimos bordeando el Llanquihue hasta Las cascadas y luego en Ensenada dimos un giro a la izquierda en dirección al Lago Todos los Santos. Que ganas de irnos directo a Puerto Varas, pero estábamos decididos a terminar nuestro desafío. El rio Petrohue posee un color turquesa precioso y mientras más te acercas al lago más se manifiesta su belleza. Aquí estaba el séptimo y último punto de control antes de llegar a la meta. Unas galletas y creo que la quinta Coca-Cola de la jornada; mientras descansábamos podíamos ver la fuerza del viento que soplaba en el lugar, era un presagio de lo que se vendría. Con el vendaval en contra salimos a aplanar los últimos sesenta kilómetros, la forma en que el ventarrón nos frenaba parecía una tortura, los repechos parecían eternos e infinitos, hasta que pasaron cerca de tres horas y media cuando por fin llegamos a la meta ubicada en la tienda “Rueda al Sur” en Puerto Varas. Terminamos cansados y hambrientos, pero por sobre todo felices y orgullosos.
En la meta las caras ya son conocidas, saludos y varios abrazos con los nuevos amigos Randoneurs, sin duda con mucho que contar y celebrar.
Son tantas las imágenes que van pasando, tanto en lo externo y su belleza como los cambios que vas manifestando física y mentalmente. De partir entusiasmados a plena luz del día, a querer renunciar en medio de la noche y del frío, para luego sacar fuerzas para llegar a la meta con lucidez y algo de energía.
No puedo no citar a mi esposa Alejandra que me alienta en cada locura, me va animando en la ruta y la voy pensando en cada rincón que voy conociendo.
A Pablo por ser una rueda imparable, por ser un gran compañero.