[De un amor confuso a un odio eterno]

Mientras esperaba la llegada del amanecer sus ojos parecían cada vez más perdidos, no había espacio para el descanso ni menos para comer algo que le transmitiera un sorbo de energía, y así eliminar la fatiga. Con el pensamiento vago y las ideas flameando en consonancia con el viento, dejo caer una lágrima, en otra oportunidad no lo hubiese permitido, su orgullo era más potente que el dolor ingerido por la realidad, su realidad. El sol parecía reprocharle en su pesar y se negó hasta ya avanzado el día en regalarle un refugio de luz y calor. La explicación era evidente y sólo su amor perdido era el culpable de la crisis actual, todo amparado por las frases y percepciones venidas de quienes le rodeaban, lo que hacía más confusa la situación, ó tal vez era lo que inclinaba la balanza hacía la ruta de la maldad de la cual se suponía víctima.

El odio tenía rostro en su corazón y le seguía en la avenida del día a día, no había razón para el olvido, jamás habrían motivos para el perdón, su presencia no era una amenaza, e incluso de manera tácita pero no inconsciente lo sabía como herramienta de defensa, aceptaba convivir con ello el resto de su vida, aunque muchas veces dudara de la sensatez de aquel perverso sentimiento.

Aquella mañana de verano había sido distinta de las demás, al menos para ella la calidez del clima no era tal y se sentía al borde de una agonía que su cuerpo no podría justificar. Se sentía abatida como si hubiese sido presa una golpiza.  Sus manos se volvieron torpes al igual que sus recuerdos, en ellos se veía abrazada por una alegría que le derramaba ilusiones, como lo hace el caudal que atraviesa los angostos hilos de una montaña y en su ruta refresca la tierra seca, poco a poco logro saborear el cariño que le infundía la imagen de aquel hombre, hombre que al interior de sus deseos era el dueño y por ende protagonista de sus sueños, el carismático momento la sumergió en una paz que no conocía, le hizo sentir débil pero segura, en ella pudo encarar los temores amenezantes venidos por una muestra de ternura, se aferró a la sensación y deseó permanecer en ella hasta el fin de sus días. De un momento a otro y sin una explicación determinante retomo el pensamiento original, se sintió estúpida y sacudió su cabeza como lo haría un animal con el cuerpo mojado, recordó el motivo de su angustia y se culpo por permitirse aquel transe tan imprudente ante los hechos, y que por suerte no dejaría huellas al haber sido tan efímero.

Se puso de pie y observo enrededor, estaba sola frente a un bosque de robles, se resfresgó la ropa y se quitó el pasto pegado al pantalón de buzo, a sus espaldas estaban sus compañeros de viaje, todos dormidos al interior de sus carpas, la mañana había avanzado y contaba con la compañía del sol. Caminó hacia una quebrada, lo hizo con cautela para que sus amigos no notaran su muda presencia, contempló el silencio brindado por la naturaleza y sintió la magnificencia que le ofrecía la altura, alzó los brazos como si invocara la presencia de un ser majestuoso, el viento le golpeaba la cara, cerró los ojos y miró en su interior, reconoció la presencia del miedo y del hasta ahora quieto dolor, tomó aire hasta llenar sus pulmones – ejercicio que repitió en no menos de 10 oportunidades-, cruzó los brazos y se abrazó a si misma como si el calor esperado le fuese a arrancar la tristeza, entre las líneas que nutren su corazón de sangre navegaba un mensaje, lo sabía y de solo temor lo evitaba, lo había escuchado pero de su voz sólo provenían sentimientos nubosos.


Dio un paso atrás e incito a su memoria para que le devolviera el deseo, a pesar de lo breve que fue aquel delirio el rostro del hombre se apodero de su mirada ciego. Ella le habló como si él estuviese presente, y sin más mediaciones le susurro al oído, le hablo de su amor, le hablo de un deseo, deseo inconcluso, deseo inherte entre los vivos, finalmente le dijo: «te amaré en silencio y lo haré a escondidas, te amaré de tal manera que ante los ojos de mis amigos y parientes te odiaré hasta la muerte, te amaré oculta de mi misma porque ni siquiera mi alma me permite hacerlo, te amaré a pesar de que me diste esperanzas y me las arrebataste sin esmero, te amaré porque el amor es ciego, pero con el tuyo le dibujé un rostro y pude conocerlo, de un amor confuso a un odio eterno y lo llevaré conmigo hasta la muerte».

Escrito por Jorge Eduardo Rojas
Sábado 10 de febrero de 2007

4 comentarios en “[De un amor confuso a un odio eterno]

  1. xD como sabes wer odio los blogs i similares, pero me encontre con una característica importante en el tuyo, el de los escritos, que aún no puedo ingresarlos en alguna zona literaria, exelente trabajo y me dieron ganas de retomar mis escritos 😛

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  2. Hola Jorge
    Gracias por tus palabras, soy afortunada al poder expresarme a través del arte, disfruto lo que hago, disfruto mi vida haciendo esto, yo también te felicito, tu blog esta lleno de sustanciosas frases, todas muy sensibles y apasionadas, frases que identifican a quienes las encuentran, me gustaron mucho tus escritos…
    no dejes de escribir…

    Un abrazo
    Jazcinta

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