Ya son cerca de 2 años observando y viviendo el ultra ciclismo, digo observando porque ha sido una etapa en la que varias veces a pesar de mi admiración por todo lo que implica, me ha generado cierta resistencia, por lo tanto, he ido paulatinamente avanzando en la disciplina; pese a ello, he ido aventurándome (viviendo) poco a poco lo que es ser un «ultra ciclista». Comencé con las Brevet Chile y sus distancias 200, 300, 400 y 600 kilómetros (esta última es una distancia que aún tengo pendiente); en este reducido tiempo me ha pasado de todo un poco, desde shock térmicos con temperaturas sobre los 40°C subiendo la Cuesta Chacabuco, como estar al borde de la hipotermia subiendo y bajando la Cuesta la dormida de noche y bajo una lluvia y frío intenso.
Para mi al igual que para muchos ciclistas, las Brevet representaron la instancia de inducción, probar sensaciones, comenzar a setear bicicletas y los bolsos que resguardan la comida y la ropa, las luces, las baterias de recarga y tanto cachibache que terminas metiendo de manera compacta, con tal de que dentro de lo posible no te «falte nada» y seas autosuficiente. Siguiendo con la preparación este año agregue en mi calendario de carreras dos de las cuales el gravel es la filosofía, SAGA y GRAVEL COAST con 200 y 320 kilometros respectivamente, las que no pude completar como me hubiera gustado. Hasta ahora me he hecho el «larry» con esto, ya que asumí que no eran condicionantes para lo que venía y esto es algo que nunca sabre con total claridad.
En mi opinión en Chile ser un «ultra ciclista» es una consagración que se logra siendo FINISHER en ACROSS ANDES y/o obteniendo el título de SuperRandoneurs completando todas las distancias en las BREVET. Sigo.
Across Andes 2023 – Patagonia verde
Inscrito hace 9 o 10 meses. Se trata de una carrera de gravel (25% asfalto-75% grava) con un ruta de 1.000 kilómetros y 15.000 metros de escalada, en el corazón de la Patagonía, cruzando un importante tramo de la carretera austral, con largada y término en la ciudad de Coyhaique, en la región de Aysén. Planificando escenarios, el equipamiento preciso, el tiempo en movimiento, para comer y para dormir; detalles que debían marcar la diferencia a la hora de completar el desafio.
Aterricé en Balmaceda el día viernes 17, dos días antes de comenzar. Idealmente haría un pedaleo de soltura el sábado, sin embargo, una lluvia intensa y sin pausas mermó mis intenciones. Fuimos a retirar el kit de competencia y sin mucho detalle revisaron mi bicicleta y equipamiento normativo, en la báscula observe con calma los 18,5 kg que pesaba la bicicleta – dentro del promedio comentó la persona que me asistió. La lluvia seguía presente, por lo tanto, nos retiramos rápidamente del lugar.
Domingo 19 de noviembre, son las 3:00 AM y ya estaba completamente despierto, la idea era hacerlo a las 4:00 AM, por lo tanto, me quede recostado haciendo ejercicios de respiración para bajar la ansiedad.

06:00 AM ya en el punto de partida, era evidente que había un nerviosismo acumulado, caían algunas gotas, sin embargo, todos se mostraban sonrientes, aleonados, apurados por largar. Tardamos unos minutos extras en partir puesto que había incovenientes con algunos tracker de seguimiento.
La ruta comenzó con una subida empinada, algunos riders se fueron disparados y otros en los que me incluyo a un ritmo tranquilo y comentando/lanzando frases respecto al clima; esto último era sin duda el temor que se apoderaba del ambiente. En los días previos hubo nevazones y abundante lluvia, y lo más complejo, un escenario que según los pronósticos se mantendría hasta el jueves. A esa hora con cuatro capas de ropa y dos pares de guantes las bajas temperaturas eran tolerables.
Elegir las palabras para describir las maravillas del paisaje podrían no ser suficiente, quizás las palabras seleccionadas no hagan el énfasis en la belleza que había frente a mis ojos. Estoy en deuda con la patagonía y no quiero restarle aún más con una pobre mención a su hermosura.
Avanzando a unos 17 km/hr no se me hacía dificil contemplar el Cerro Mackay e imaginar el paraiso que representa para los escaladores en su lado más inclinado, siendo muy similar al Capitán, uno de los muros de escalada más complejos del mundo y que está ubicado en el Parque Nacional Yosemite en California, Estados Unidos. Observar el Mackay esta vez sin las interrupciones a la vista propias de la ciudad se tornó un verdadero placer.
Era sabido que los primeros 270 kilómetros eran un 99.9% de grava, por lo tanto, requería desplazarse zigzagueante para mantener la línea pisada por los vehículos mayores y a su vez sortear los mini cráteres llenos de agua; de pronto bordeando el Cerro Negro se cruzaban cascadas de cinco metros de altura, como también se cruzaban las intersecciones hacia las distintas lagunas y localidades; comencé a imaginar lo que sería recorrer la zona sin apuros, algo que mientras escribo estas líneas se transforma en un proyecto de corto plazo.
Entre tanta emoción brotando de la piel y atravesando las capas de ropa, las frases y tallas entre otros corredores surgían como flashes, risas y más risas; algunos riders más concentrados -a lo más me devolvían una sutil sonrisa-, los más «buena onda» te devolvían la broma y el camino se convertía en un paraíso máximo, al menos para mi.
Llego al cruce de la ruta 7 en Lo Blanco y el carabinero que estaba guiando el tránsito de manera muy amable y chispeante me indicó donde estan los mejores completos (creo que eran los únicos): Limón Soda y un italiano a las 10:00 AM ¡todo un hito! Recarga obligada de acuerdo a las indicaciones de la organización, pues en los siguientes 160 kilometros no habrá donde abatecerse.
Sigue la ruta, unos 500 metros de asfalto y giramos en dirección a La Cordonada, hacia el Lago Frío, hacia la Reserva Nacional Trapananda. El viento cruzado presente en todo momento, si! en todo momento, desde que largamos y a ratos con más fuerza que hasta me desestabilizaba, había que estar bien agarrado del manillar y muy atentos al camino.
Eso de que no había ningún lugar para comprar – ni casas era totalmente cierto, la ruta comprendía bordear tres cruces fronterizos, ya atravesando por el segundo de estos ahí en la pampa de Coyhaique Alto sentí la necesidad de un stop, algo solido para comer y algo de abrigo. A eso de las 16:00 me detuve y terminé el cafe a esa hora tibio que llevaba en mi termo, el viento comenzó a adquirir más fuerza y pese a mi leve pérdida auditiva podía sentir su rugir. Se vino la lluvia, más frío y el cielo se torno aún más oscuro. Me detuve a equiparme con la ropa impermeable y seguí mi camino. Cada vez veía a menos ciclistas, algunos se habían ido adelante y otros parecían haberse detenido porque por más que miraba hacia atrás no veía nada más que la pampa patagónica. Frío, frío y más frío, pasaron dos horas de lluvia insesante y el factor de impermeabilidad comenzo a declinar, cada vez más mojado y sin agua para beber, más que las gotas de lluvia que escurrían por mi cara.
Por ahí por el Km 180 me cruzó con un vehículo de la organización, me preguntan como voy, de mi boca solo pude decir: frío. Hay cafe más adelante, sigue la bandera – dijo la organizadora. Luego de un lento, pero leeeento pedaleo y transcurridos unos 90 minutos doy con la dichosa bandera. Me (nos) recibieron con mucho cariño, para mi sorpresa en ese momento eramos como 6 o 7 personas, nos regalaron un cafe caliente, además tenían bebidas y algunos snack para vender, nos devolvieron la vida. Se trataba de un matrimonio trabajando en un emprendimiento para acoger deportistas que visitan el lugar para realizar trekking, escalada y ski; para su sorpresa y la de muchos riders su conteiner fue un oasis y un refugio clave para pasar la noche.

Luego de 15 minutos bajo techo, de haberme tragado una coca cola a gran velocidad y con el calor de una bosca y al ver que la lluvia no cesaba, es más se incrementaba -decidí seguir en ruta y llegar pronto a Ñireguao.
En medio de una total oscuridad encendí las luces, con agua en las caramagiolas y ya más repuesto seguí con una intensidad extra, superando a varios riders. Repechos, repechos, bajadas y un par de animales en medio del camino. La lluvia inclemente y el frío no daban tregua, de pronto puse una escena en mi mente en la que me hallaba junto a Alejandra y a Thorin (mi perri-hijo), yo estaba protegido y calientito, mentalmente muy metido en aquel escenario con la mirada fija para mantener la línea y no caerme. Me comencé a sentir abrigado y más relajado y en repetidas ocasiones por centésimas de segundo fui cerrando los ojos.
De pronto letrero verde con letras blancas fluorescentes a la vista, Camino Largo – El Gato a la derecha y Ñireguao a la izquierda, giré a la izquierda. En medio de la oscuridad y con ayuda de mi luz frontal veo las banderas de Across Andes, observo alredor y sólo hay oscuridad, sin embargo, como no tenía que ser «tan fácil» seguimos los 500 metros que habían mencionado en la charla técnica, quizás eran 600 comentamos con otros rider, quizás 1 kilómetro. Ya no recuerdo quien llamo a quien, solo sé que Alejandra quien junto a Bruno y varios amigos me iban siguiendo de manera remota y notaron que me había pasado de largo. A gritos paso el dato a los demás riders y comenzamos el retorno hasta dar con el añorado y soñado CP1, siendo las 23:25 y habiendo recorrido 221 kilómetros veo de fondo las tenues luces de la Estancia Ñireguao. En la carpa Scwalbie no había nadie, sólo una mesa y un brasero. A los minutos aparecen las encargadas del punto de control y que al parecer estaban algo preOcupadas, les entregue mi tarjeta Brevet en busca del timbre que registraba mi paso.
Algo así como un establo resguardaba a unos treinta riders (quizás más), la mayoria haciendo vivac incluso debajo de los mesones. Una estufa, un colgador con espacio para dos toallas y una cocina siendo amablemente atendida. Un baño con ducha fría y me puse ropa seca. Sebastián Araya me recibe con una sopa caliente y me hace un espacio en una banca para así sentarme a comer. Otra sopa y más ají, unos fideos con salsa y pese al cansancio ya me encontraba más tranquilo. Intenté descansar y a ratos iba a recibir a los riders que a distintas horas fueron llegando entumidos de frío. Me quede escuchando sus experiencias y sus aprehenciones para lo que venía, pues el desafío estaba recién comenzando. Cubierto con mi manta de sobrevivencia me recosté en un pasillo, dormí cerca de 3 horas, algo totalmente insuficiente para mi.
6:00 AM del lunes 20, siguen llegando riders y otros comienzan a salir con la finalidad de llegar a Villa Mañihuales y ahí recién decidir que hacer. Por mi parte me contacto con Vitoco quien ya se encontraba allí; me comenta de las condiciones climáticas y de sus deseos de abandonar, sin decirselo yo llevaba horas considerando la misma decisión. Traigo a la mente las sensaciones de la noche anterior, las opciones de secar ropa o de seguir con la que llevaba puesta y quedarme sin recambio.
El amable señor de la cocina comienza a vender el desayuno, le pedí un sandwich y un chocolate caliente. Hablo con mi esposa, quien fiel a su amor me apoya en la decisión que yo tome, a los minutos me llama mi amigo Marcelo, me sugiere buenas ideas, sin embargo, mi mente nublada, mi falta de sueño entre otros factores, optan por dar un paso al costado y abandonar la carrera. Sin más me dirigí donde estaba mi SeatBag y retiré el tracker; luego de un par de minutos este ya estaba en manos de la organización.
Pasadas las horas, ya estando seco y renovado cuestioné mi decisión, sin embargo, hoy en plena calma me alegro de la opción tomada, ¡hay que saber desistir! Con esto pongo punto final a mi versión personal de Across Andes 2023, me quedo con una tremenda experiencia, con regalos de la naturaleza, todos hermosos hasta lo más inclementes, me quedo con la buena onda de muchos riders con quienes compartí sobre todo la noche del CP1.
Mi esposa me insta a volver el próximo año, hay que cerrar el tema me dice; yo no se, he iniciado un proceso introspectivo de reflexión y aún no veo con claridad cuales seran mis próximos desafios.