Son tiempos en los que los derechos han tomado un rol protagónico, todo esto a la sazón de la tan añorada justicia. Por ende, derechos y justicia parecen ser el Santo Grial de la sociedad moderna. En términos reales los primeros han comenzado a tener un auge, alrededor del mundo hemos visto como las principales demandas sociales tales como educación, salud y un poco más retrasada la vivienda comienzan a tener prioridad en los programas de gobiernos y por consecuencia en las políticas de estado, que si bien, puede que aún no logren dar una solución definitiva, los avances en la materia son alentadores; personalmente es algo que no puedo más que aplaudir. Por su parte la justicia, aún parece ser un intangible que hace selección de su sensatez y juicio y que queda bajo el amparo de un grupo de personas que ven la realidad bajo una esfera algo diferente a como lo hacemos los millones de personas alrededor del mundo.
Todo lo anterior representa un tema en desarrollo, en la medida que avanza contribuye a mejorar la calidad de vida de las personas y por ende, sea la fuerza que nos acerque al que quizás sea nuestro único objetivo en la vida, ser feliz.
Frente a la presencia potente de los derechos y a su generalización, porque hoy en día ya no sólo se trata de los aspectos básicos que demanda el ser humano, sino que las fronteras de los mismos han atravesado a los aspectos personales, han marcado el piso de lo que esperamos del otro, marca el «desde», en todo tipo de relaciones y particularmente agudizado cuando se visualiza desde la mirada de las denominadas generaciones milenials y centenials, grupos etarios que hoy representan el futuro.
Considero que estos son avances relevantes y me parece excelente que tengamos la capacidad de poner límites en nuestras relaciones, siendo honestos desde el primer día y consecuentes entre lo que pido y entrego.
Sin embargo, entendiendo que los derechos de uno son las obligaciones de otro, y la confusión que todo esto provoca, comienzan a perderse valores y lo más importante, sentimientos trascedentales como la gratitud; hoy en día hacer las cosas por el otro, sólo por el deseo de satisfacer o de amar parece no tener cabida, y por ende, el que recibe «eventualmente» dejará de ser agradecido ante el gesto entregado. Resalto nuevamente la gráfica que implica el «desde» y todo lo que conlleva y como se se volverá aún más exigente con el avance del tiempo.
Si volvemos al objetivo escencial de nuestra existencia, cuando hablamos de ser felices, la gratitud es uno de los vehículos por excelencia. Sentirse agradecidos de la vida, de Dios -que es otro factor que parece haber sido suprimido en la sociedad moderna-, de las personas que tenemos a nuestro alrededor y de cada uno de los actos amorosos que diariamente recibimos de manera incondicional. Ante los ojos de las bases modernas podría no representar ningún gesto de amabilidad sino que se trata de algo que estuvo tácitamente descrito en las normas de convivencia y por ende no tiene ningún valor.
Personalmente, no le doy tanta importancia a los derechos, más bien prefiero centrarme en la gratitud, en reconocer que las personas que me rodean dan lo mejor de sí, se esmeran por robarme una sonrisa, por hacer que mi día sea maravilloso, como así me dedico a retribuirlo y por consecuencia ser tal vez una mejor persona.
Entre tantos derechos, la fuerza de aquel sentimiento que nos hace sentir seguros, valorados, que nos llena de fortaleza, nos hace sentir acompañados parece perder valor, es la gratitud en peligro de extinción.
Sigamos siendo agradecidos, recibamos el amor en todas sus expresiones y de seguro seremos más felices.