«En mis ojos yace la luz de la vida; el camino está iluminado, preparado para aquellos que deseen encontrarse consigo mismo una y otra vez». Revelaciones Parte III – Yo soy Él.
La sangre se impregna en los harapos de seda, mezcla de sudor y tierra. Silencio, clamor y miedo, pasajes forzados entre la luz y el vacío. La sangre se impregna en los harapos de seda, caminos desconocidos, ya no hay conciencia.
Un traje elegante para un viaje sin fin, espigas verdes y rosadas decoran aquel último lecho, la incógnita de la vida se vuelve cada vez más sensible y estremece los sentimientos de los hombres, brotan lágrimas e infinitos recuerdos, -¡se derrocha nostalgia!. Por momentos la tímida fe abraza hasta los más escépticos, la culpa es breve y sacude el pensamiento. En un ritual que cita paisajes de eternidad y perdón descansan las esperanzas, periplo hacia la salvación en frases de la eterna promesa, torpe ilusión que esconde el inminente descenso, aquel recorrido a través de las sombras.
No hay cielo sino antes infierno, no hay luz sino antes oscuridad.
Clamo por mi alma desnuda que yace a los pies de Lucifer, me desafía por intentar sanar mis heridas, por arrepentirme de las faltas cometidas en vida. El enviado al abismo ha construido una fortaleza a fuerza de hierro, fuego y el castigo de sus esclavos.
Las puertas son sombras envueltas en llamas, el hedor que emana de entre las ruinas es una señal de que los cuerpos sufren el asedio del fuego. Desesperación, angustia, bramidos y también silencio, revelan a cada nuevo visitante que las declaraciones terrenales eran severas pero extremadamente ciertas. Fue la fortuna o desdicha de Dante, paradoja entre salmos y aciagos para revelar lo que es el infierno.
Las puertas son sombras envueltas en llamas, el hedor que emana de entre las ruinas es una señal de que los cuerpos sufren el asedio del fuego. Desesperación, angustia, bramidos y también silencio, revelan a cada nuevo visitante que las declaraciones terrenales eran severas pero extremadamente ciertas. Fue la fortuna o desdicha de Dante, paradoja entre salmos y aciagos para revelar lo que es el infierno.
Ni la purificación del credo, ni la contemplación divina suprime los pecados. El fuego se alimenta del miedo que brota de las entrañas de todo cordero que se opone a entrar en el averno, perpetuados por no avanzar por las siniestras avenidas en llamas. La oscuridad sólo se extingue ante las brazas que encierran las almas, unos tras otros, imposibles de disentir, imposibles de liberar ni ayudar.
El infierno, lugar de oscuridad y sombras, oasis de lamentos y por sorpresa: de tristes recuerdos. Entre gritos de desesperación y sufrimiento puedo distinguir voces, resistido sentimiento que brota desde la débil luz que refleja mi alma, resistido a sentir la presencia de aquellas voces que me provocaron dolor. Instantáneamente creo reconocer una voz, una voz que yacía dormida entre mis recuerdos más oscuros, que tantas veces me susurró, ese tono suave y sutil que presa de su propio egoísmo destrozó mi corazón, portadora del miedo, rostro de la traición; pero que más allá del dolor que me causó, con los años pude perdonar. En medio de la confusión me inundo en tristeza, pues más allá de las heridas aún abiertas, recé para que su alma descansará en la virtud del Padre. Se elevan las dudas y desata un nuevo infierno, el temor de encontrar almas que en vida fueran fuentes de amor e inspiración y que la opción de auxilio sea un imposible. No hay manera de comprender, fugaces alumbramientos de lo que en vida llamaríamos la conciencia no son suficientes, todo se torna aún más oscuro, el dolor más intenso, esto es el infierno.
No hay cielo sino antes infierno, no hay luz sino antes oscuridad.
No hay anhelos, ni buenas intenciones, paraje obligado donde se deben expiar o petrificar los pecados, lo primero os acerca a la gloria, lo segundo os condena en vida eterna a una prisión de llamas, a la miseria del recuerdo sufrido, al castigo severo del caído.
Almas desesperadas atrapadas en un pantano de faltas, el dolor provocado les ata y les impide seguir las sendas en llamas, imperantes son las sombras, penetrantes las llamas. El tiempo es violento y apremia tal como lo hiciera en la vida moderna, hay prisa y reglas difíciles que descifrar, las puertas del cielo se alejan y se vuelven cada más estrechas.
No hay cielo sino antes infierno, no hay alivio sino antes sufrimiento.
El perdón no reposa en la simplicidad de reconocer las culpas, es más bien el arrepentimiento lo que representa el inicio de un ritual conducente al verbo, el perdón es un acto de amor pero en esencia y consecuencia la valía de padecer el sufrimiento ocasionado, como tal es un acto de reciprocidad y ante todo de humildad, de padecer de manera abierta y voluntaria el dolor causado. El azote tormentoso es un camino oscuro que se debe cruzar de manera inminente. Los pasajes del infierno revelan de manera incesante cada uno de las faltas ocasionadas, es un calvario funesto, es la manifestación pura del sufrimiento, un castigo eterno para quienes no sepan encontrar el perdón del Padre, el perdón de su propia alma pues ahí mismo se encuentra el paraíso. El infierno puede ser un instante como puede ser una eternidad.
No hay cielo sino antes infierno, el cielo yace dentro de cada alma, de las almas perdidas y de las almas que triunfaron en vida. No hay cielo sino antes infierno.
El paraíso paraje infinito de luz y colores, la cita prometida ante el Padre, el Creador, el Gran Arquitecto, ante Dios.
Laberinto infinito se oculta en vuestra alma, es el paso entre el infierno y en la divinidad y el cielo. Almas oscuras, almas sinceras, almas de luz, almas de sombras, una vez que os separeis del cuerpo: «Para llegar al cielo hay que atravesar por el infierno«
Revelaciones Parte VII – Para llegar al cielo hay que atravesar por el infierno
No hay cielo sino antes infierno, no hay luz sino antes oscuridad.
No hay anhelos, ni buenas intenciones, paraje obligado donde se deben expiar o petrificar los pecados, lo primero os acerca a la gloria, lo segundo os condena en vida eterna a una prisión de llamas, a la miseria del recuerdo sufrido, al castigo severo del caído.
Almas desesperadas atrapadas en un pantano de faltas, el dolor provocado les ata y les impide seguir las sendas en llamas, imperantes son las sombras, penetrantes las llamas. El tiempo es violento y apremia tal como lo hiciera en la vida moderna, hay prisa y reglas difíciles que descifrar, las puertas del cielo se alejan y se vuelven cada más estrechas.
No hay cielo sino antes infierno, no hay alivio sino antes sufrimiento.
El perdón no reposa en la simplicidad de reconocer las culpas, es más bien el arrepentimiento lo que representa el inicio de un ritual conducente al verbo, el perdón es un acto de amor pero en esencia y consecuencia la valía de padecer el sufrimiento ocasionado, como tal es un acto de reciprocidad y ante todo de humildad, de padecer de manera abierta y voluntaria el dolor causado. El azote tormentoso es un camino oscuro que se debe cruzar de manera inminente. Los pasajes del infierno revelan de manera incesante cada uno de las faltas ocasionadas, es un calvario funesto, es la manifestación pura del sufrimiento, un castigo eterno para quienes no sepan encontrar el perdón del Padre, el perdón de su propia alma pues ahí mismo se encuentra el paraíso. El infierno puede ser un instante como puede ser una eternidad.
No hay cielo sino antes infierno, el cielo yace dentro de cada alma, de las almas perdidas y de las almas que triunfaron en vida. No hay cielo sino antes infierno.
El paraíso paraje infinito de luz y colores, la cita prometida ante el Padre, el Creador, el Gran Arquitecto, ante Dios.
Laberinto infinito se oculta en vuestra alma, es el paso entre el infierno y en la divinidad y el cielo. Almas oscuras, almas sinceras, almas de luz, almas de sombras, una vez que os separeis del cuerpo: «Para llegar al cielo hay que atravesar por el infierno«
Revelaciones Parte VII – Para llegar al cielo hay que atravesar por el infierno