Desperté a media noche, el ventanal entre abierto desviaba de su ruta a una solitaria brisa fresca, el silencio traído en ella era la evidencia del vacío que había en las calles, unos perros vagabundos en busca de comida y los faroles de la plaza iluminando la nada, eran los dueños de toda la cuadra. Ese viento rozando en mi cara, brindándome o robándome el sueño, me trajo un recuerdo, me regalo una imagen y un verso, me hablo de paz, de amistad y un poco de amor, deparo en mi egoísmo, en mis ambiciones, en mis miedos; ese viento rozando en mi cara depositó en mi alma esa inocencia que sólo es posible en los niños, me hablo de mi hijo, de mis padres, de mi familia, me hablo de mis sueños, me hablo con cariño.
Desperté a media noche, ahí estaba ella, observándome con su rostro amable, ahí estaban sus ojos sinceros, tristes y a la vez bondadosos; su cabello rizado, sus manos tibias, su cuerpo precioso.
Desperté a media noche, impulsado por su presencia y el suave suspiro de su alma, su brillo ajeno a mis ojos. Ella era el viento, ese viento que abraza con fuego al interior de mi alma.
Escrito por Jorge Eduardo Rojas
Domingo 7 de diciembre, 2:50 a.m.