De pronto una mañana te das cuenta que a pesar de todos tus intentos, a pesar del esfuerzo y del amor derramado, de las palabras y del tiempo, del cariño y el deseo, hay sueños y sentimientos que no se encuentran en el sendero de la vida, pues caminan en sentidos distintos, en una búsqueda contigua pero ajena.
Ella anhelando la llegada de su luna, y yo inspirado por un majestuoso amanecer, ella respirando palabras simples, y yo nutriendo mi voluntad más allá de lo evidente.
Cierta y tempranamente lo supe, aunque aferrado en esperanzas de la piel me mantuve dispuesto a esperar, a contemplar y esperar un nuevo amanecer, ese que nos traería la comunión mutua, la contemplación sincera, dispuesta y orgullosa, ese amanecer que nos despertaría bajo el mismo sol, bajo la misma sombra.
De pronto una mañana te das cuenta que en tu cama -a tu lado hay una extraña-, una mujer cuyo cuerpo has abrazado y te ha llenado de deseo, una mujer con la que has dormido innumerables noches, una mujer con la que has despertado tantas veces que dejó de ser importante. Es una mujer extraña, una mujer que no te conoce, no sabe lo que piensas, ni siquiera comparte tus sueños.
Es una mujer buena, una mujer preciosa, es sana y de buenas intenciones, pero no huele los aromas que yo huelo, no ve las cosas que veo, no habla en el dialecto en el cual lo hago y por tal, escucha cosas que difieren a las que digo; la observo detenidamente, ahí están sus manos suaves y mansas, su ojos tibios, su pecho cálido, su piel tersa y pálida, su cuerpo perfecto; es una mujer desconocida.
Nuestros recuerdos y momentos están frescos pero no la reconozco, no puedo oírla, no logro comprenderla lo que en ocasiones me desvía hasta perderme dentro mi mismo; no puedo sentirla, no se si tiene calor o frío, sus reflejos están callados y se mueven bajo inercia, creo o ciertamente sé que respira motivada por el mismo anhelo de amor que nos une. Esta mujer es una extraña, me mira y no me habla, le hablo y no me mira; esta mujer es una intrusa, una intrusa a la cual le hable de mis sueños, le hable de mis miedos, le hable con la voz de mi alma.
Para ser justo debo confesar que no me ha forzado a nada, no me ha invitado a apoyarme en su hombro aunque lo he buscado en un par de ocasiones sin esmero ni resultado, para ser justo debo deciros que jamas me ha pedido algo.
Recuerdo que una tarde, una buena tarde de invierno nos detuvimos a leernos los sueños, esto es algo literal y cierto, pues ambos escribimos cuales eran nuestros anhelos para que el otro los leyera y conociera, seguramente este ejercicio nos ayudaría a encontrar puntos comunes, a buscar la forma de acercarnos el uno al otro; fue un buen punto de partida, fue un ápice para lo que pudo ser nuestro cielo, fue un trocito de mar para nuestro amor, pero también fue un buen final a las intenciones de concilio, el horizonte posterior siguió siendo el mismo, con la misma desesperanza, con la misma pendiente que nos separa más allá de lo neutro, más allá de la ilusión.
De pronto una mañana te das cuenta que a tu lado hay un alma en distancia, que tu compañera ha resultado ser una extraña, es una extraña -pero es mi mujer, es el sueño vivo de mi ser, es el fuego ardiente de mi vida, ella no lo sabe, y creo que por ahora es mejor que así sea. La amo con todo mi ser, con toda la fuerza de mi sangre, se lo susurraré al oído, se lo diré cuando demos rienda viva al libido, se lo diré mientras estemos juntos, mientras estemos vivos.