Ruta del Condor

Hay que madrugar

Son las 4:20 A.M. el despertador cumple su función, un estiramiento espontáneo se convierte en el primer movimiento muscular del día.  Despierto a Bruno que primeramente se niega a despertar, aunque apenas toma un ínfimo grado de conciencia con mucha energía se levanta de la cama, él también lo sabe, él también vibra tanto o tal vez más que yo con los privilegios de la naturaleza y de nuestro deporte.  Las mochilas preparadas desde el día anterior con el abastecimiento necesario tanto en alimentos, ropas, como en set de herramientas para eventuales fallas o problemas técnicos de la bicicleta, un buen desayuno y partimos.
La cita es a las 6:00 A.M., el grupo de entusiastas y experimentados mountain bikers reunidos esperando a que nos recoja el transporte que nos acercará a las montañas, hoy vamos a conquistarlas.  Cargamos las bicicletas con todo el cuidado que se merecen en el carro externo del bus, subimos a nuestro transporte tal como lo harían un grupo de niños de escasa edad, con la misma emoción, con el mismo brillo en los ojos sabiendo que se nos viene un aventura maravillosa.

El comienzo por tierras montañosas

Nos adentramos en la localidad de El Alfalfal a una altura de 1.330 metros sobre el nivel del mar en la comuna de San José de Maipo, el punto de partida ya es un lugar hermoso, cuenta con la presencia imponente de las montañas, de pronto me siento un tanto amenazado, tal vez un poco temeroso y dudoso acerca de si podré conquistar este desafío.  Ya estamos y el entusiasmo es mayor, el reto tiene componentes místicos y el grato ambiente que se percibe en el grupo hace que me vuelva más valiente, me siento muy acompañado.

A buen ritmo vamos penetrando los cerros y alcanzando una buena altura, el camino es noble y ancho, nos regala tempranamente unas vertientes que lo atraviesan, tomo contacto con el agua, salpicándome hacia el cuerpo -es un regalo. El sol aún es muy joven, pero cada vez más estamos más cerca, cada vez se vuelve más tangible, como si en algún momento fuéramos a tener contacto directo, sé que esto es un imposible, pero escribo desde las sensaciones que me fueron albergando en el camino.  Como publicó un amigo y compañero en esta aventura en un post de Facebook, «definitivamente esta ruta es mágica» y dicha mención me es totalmente cercana y cierta, me siento embriagado en silencio, la naturaleza con todo su esplendor, las montañas junto al mar son el pilar de su fuerza, de su impresionante belleza, a pesar de que nuestra civilización la ha maltratado y abusado, esta sigue maravillándonos, encantándonos con su hermosura, por momentos se bloquean los pensamientos y entro en un estado de meditación, de contemplación profunda.

Los rayos del sol me abrazan con fuerza, mis piernas bajo la inercia continúan con ese movimiento circular tan inherente al buen pedaleo, una suave brisa refresca mi frente y trato de seguir el paso del viento en su avanzada, en su fugaz presencia, se escapa y me saluda desde el horizonte sacudiendo las hojas de los árboles, es mágico, es perfecto, es tan sutil que en otra ocasión podría pasar desapercibido, estos detalles animan mis sentidos, momentos de culto; el perfume de una hierba se apodera de mi olfato y en consecuencia de mi pensamiento tratando de recordar su nombre, no logro identificarlo, no es hinojo, no es la hoja preferida de los conejos, pese a que en el camino se pueden ver innumerables madrigueras dejando de manifiesto que este hábitat les pertenece y que tan sólo nos invitan a recorrerlo y en nuestra calidad de invitados a respetarlos y cuidarlos, el perfume verde no me abandona, me reprocho no reconocerle.

Sube que sube

En la medida que el camino se vuelve más exigente el grupo se va deteniendo hasta completar hasta el último entusiasta que por razones sin importancia se va rezagando, un pequeño descanso en el cual aprovechamos de conversar y tirar más una broma para luego continuar escalando la cuesta.

La naturaleza tiene lo suyo, la flora y la fauna son obra de la eterna maravilla, salvo los tábanos…ouch tábanos por todos lados, mordiéndome los brazos e incluso las manos atravesando el guante, un segundo de odiosidad a estos extraños insectos, aunque para ser justos ni siquiera un rasguño comparado con la majestuosa vista que tenia en 360 grados.

El asenso bordea los mil metros y nos detenemos en una de las cumbres a 2.300 m.s.n.m., es una estación reconocida y casi obligatoria, una antena eléctrica nos brinda unos centímetros de sombra, es hora de almorzar y descansar, aunque lo más destacado es la vista panorámica que nos obsequia el lugar, las sesiones fotográficas no se detienen.

Minutos más tarde continuamos pedaleando, el sol cada vez más osado te incita a esas alturas (literalmente) a acabar con las últimas reservas de agua.  Por fortuna metros más adelante pequeñas vertientes forman un diminuto caudal en el camino, el agua está sucia pero también ha de haber una minúscula quebrada que la lleve limpia y no me equivoco, sólo ante los ojos de amantes de la naturaleza se encuentra oculta una «llave» de la cual brota el mejor de los refrigerios, aprovecho de cargar mi caramagiola y bolsa de agua (camell-back), prácticamente vuelvo a nacer y me reincorporo al camino, aún quedan varios kilómetros por ascender.

Son jardines los que se apoderan del paisaje, colinas perfectas de algún tipo de mineral verde dibujan un entorno único, aunque debo reconocer que un tendido eléctrico contamina mi vista, omito esta invasión y continúo hasta un par de metros, me veo en la obligación de detenerme y decir que ante tal vista es imperdonable no tomar fotos y la tan requerida «selfie», lo hago y continúo pedaleando.

Ruta del cóndor: Check

Misión cumplida: son 28,22 kilómetros de escalada, con gran esfuerzo llego hasta la cima a 2.541 m.s.n.m. donde ya se encuentran la mayoría de mis amigos y entre ellos mi hijo.  Que bendición poder compartir estas experiencias juntos, siento envidia de que a tan temprana edad ya pueda ser parte de estas vivencias, lo observo y sé que está disfrutando, lo veo feliz y compartiendo, siempre ansioso por ir un poco más allá, en ese instante reconozco que en nuestros corazones tenemos muchos álbumes de recuerdos muy similares al que capturamos hoy, pero siempre únicos.  Le agradezco a la vida por ese regalo, por gozar de esta suerte.  Me integro al grupo, conversamos, más fotos.

 

Los más conocedores de la ruta cuentan que la temporada para realizarla es entre los meses de noviembre y abril, es decir, únicamente en verano debido a la inclemencia del clima otoñal e invernal y los últimos fríos de primavera, dicen de manera bastante elocuente que en invierno el lugar es un campo de hielo, cubierto de blanco con una brisa que lo congela todo.

Esto aún no termina

Iniciamos el descenso y aunque se advirtió lo contrario lo hicimos a gran velocidad, una que otra colina a menor altimetría y comenzamos a despedirnos del cielo, harta piedra y harto polvo, la nostalgia del cuerpo se manifiesta a través de un agudo cansancio, me recuerda que debo tener precaución.  Para mi sorpresa aún quedan regalos, más bien el último y la magia sigue presente, cruzamos un riachuelo pedregoso, nos detenemos a tomar un descanso y a esperar al resto del grupo; inevitable era no quitarse las zapatillas y refrescarnos los pies, finalmente varios fuimos iluminados y recibimos ese impulso natural de meternos al agua.  Es algo que no tiene precio, pocos son los deportes que te premian de esta manera, esa medalla intangible vale tanto o más que las de metal.  Un último esfuerzo y ya estamos en Lo Ermita camino a Farellones, 55 kilómetros para cruzar un cordón montañoso, con todas sus exigencias y desafíos, con todo su esplendor.   Nuestra aventura comienza a formar parte de grandes experiencias, de momentos gloriosos, de momentos que no se olvidarán jamás.

JojorGe

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